El Papa que nos enseñó a morir

 

Estas reflexiones surgen a posteriori de la muerte de Juan Pablo II.  Ya hice públicas algunas opiniones de tinte más cristiano y, ahora, me gustaría prestar prioridad al vértice psicoanalítico.  Las mismas se basarán en la comparación entre la muerte de Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta.  Si algún lector, involuntariamente, expresara indignado "¡pero no se puede comparar!", considero que ya ha llegado intuitivamente al final de nuestra nota y puede sentirse libre de tener que leerla.

Básicamente, lo que hacemos psicoanalíticamente es constatar efectos; es decir, y en nuestro caso, nos ubicamos desde el punto de vista del observador de los efectos psíquicos que se han producido a raíz de la muerte de uno y de otro personaje.  La comparación no es fútil porque ambos han sido líderes a su modo y han estado vinculados por semejanzas y diferencias.  La diferencia que me importa rescatar es, como se adivina, la diferencia de los sexos.  Debo también advertir que las líneas que siguen no son una reflexión sobre la muerte de la Madre Teresa, sino de Juan Pablo II.  He creído honesto, sin embargo, explicitar el escenario de fondo sobre el cual estas reflexiones se entretejen.

En primer lugar hay que hacer lugar al estupor y la incredibilidad ante la muerte del Papa.  "Parece mentira" es una frase habitual para referirse a estas situaciones.  Inclusive, en la ceremonia con el ataúd cerrado, y a pesar de los tres días de exposición de sus restos mortales, siempre se puede deslizar la fantasía de un cajón vacío.  Conspiraciones, dobles y teorías paranoicas nunca faltarán para hacer frente a la muerte de un padre.  Freud decía -Sobre el Fetichismo- respecto a la constatación de la falta de pene en la mujer, cuya significación remite a una ablación, que significaba para el niño algo semejante como la caída del trono o el peligro del altar para el adulto.  En este caso, una se suma a la otra, pues un Papa es primado de todos los altares y, además, Rey en su Estado.  ¿Cómo no habrá de movilizarse un fantasma narcisista para hacer frente a semejante significación?

Ahora bien, la significación de un padre muerto es la de un padre castrado.  Entonces, adviene la situación: "Hasta él ha muerto; y, si él ha muerto...".  Ese "hasta él" es lo más importante, pues el Papa tiene todo el poder temporal de un Rey, incluyendo palacios, sirvientes y un ejército, y del poder celestial, pues administra los bienes de la Gracia y, sentado en la cátedra de Pedro, "ata y desata" tanto en el Cielo como en la Tierra.  Si semejante acumulación de atributos fálicos no es suficiente para sortear a la muerte... entonces, la muerte es inevitable para todos. Algo parecido sucede con Jesús: si hasta Él, siendo Dios, ha muerto... nuestro destino también es el mismo.  En ambos casos, la función paterna se ubica como una vectorización hacia el Absoluto a través de la castración padecida.  Tal es el efecto psíquico de la muerte de nuestro Santo Padre que, como intuimos, está lejos de la significación que nos ha dejado el fallecimiento de Teresa de Calcuta.

Es decir, en el párrafo anterior se deja traslucir cómo la posesión del falo es un atributo de in-mortalidad, de in-castrabilidad, por decirlo así.  El padre aparece, entonces, bajo el doble carácter de fálico y castrador y, sólo su muerte, abre a la vertiente de un más allá del padre fálico: al padre castrado.  No habremos tampoco de olvidar que una solución primera para explicar el origen del falo paterno es la castración a la madre de su propio falo; analógicamente, algo semejante explicaría la muerte del Rey fálico: "Le han sacado lo que él, a su vez, sacó".  El tiempo desplaza a este fantasma vindicativo y dicotómico y permite acceder a otro mejor explicativo "Nadie tiene el falo", abriendo al sujeto a la diferencia de los géneros masculino y femenino.

Vemos así que la diferencia anatómica de los sexos juega un papel esencial en la articulación de las fantasías originarias.  Éstas, que posicionan al sujeto en la dicotomía "fálico o castrado", no son ajenas a la forma prepuberal del soma, es decir, a la posesión o no de un pene, haciendo corresponder la posición fálica al poseedor y la castrada a la no poseedora.  Este nudo de significación corporal sexual es susceptible de una transformación ulterior no tanto por la incumbencia del soma sino, por el contrario, por la de la fantasía que permite articulaciones defensivas en su propio territorio.  En otras palabras, el sujeto no puede elegir su soma ni la significación primera otorgada por las fantasías originarias, pero sí puede a posteriori hacer una transformación defensiva de tales significaciones.  En este sentido, creo que puede entenderse la per-versión como una alteración o un desvío de la correspondencia entre el nudo significativo "soma-fantasma_originario" y las cadenas significativas ulteriores conducentes a la identidad y al género; es decir, una ruptura entre los diferentes registros de la persona -somático y fantasmático-, una pérdida de integridad y de armonía, que siempre suponen un advenimiento de la terceridad psíquica.  En este sentido creo que se entiende por qué sólo un varón-padre puede efectuar una significación con su muerte como la que el Papa ha realizado pues, en lo inconsciente, la integridad corporal significada por la posesión del pene significa inmortalidad.

Se nos abre, entonces, una reflexión posible en torno a la trascendencia: la muerte de la Madre Teresa jamás podría haber significado lo mismo que la del Papa, pues ella era mujer; en ella, se esperaba que tuviera un deseo de inmortalidad, de eternidad.  En otras palabras, la Madre Teresa vivía el Cielo en la Tierra, como si trascender hacia los pobres o hacia Cristo fuera exactamente lo mismo pues, de todos modos, el centro del deseo estaba fuera de ella.  Situación distinta a la de Juan Pablo II, en la que él estaba en la posesión del centro del mundo: Roma y el Vaticano, acumulacion del poder temporal y eterno.  La desposesión de su poder fálico no lo puede acercar a la posición de la Madre Teresa pues él está "un paso adelante" en la posesión y, por lo tanto, tiene que hacer algo con la castración distinto a la salida de una mujer.  En este punto creo que fue en el cual Juan Pablo II nos legó su última enseñanza: morir dignamente.  Cuando él, en lugar de rebelarse contra la muerte, la acepta y es obediente, abre la puerta a la fe en la trascendencia, es decir, hace creíble el Cielo y ésto justamente por aquél "Si él..." del principio: "Si él, que lo ha tenido todo, cree en algo más..." es creíble que algo más exista.  Este testimonio no podría haber sido dado jamás por la Madre Teresa de Calcuta, y ésto sin que a nadie se le ocurriera jamás cuestionar su fe.  En tanto mujer abre a la trascendencia -al deseo- pero Juan Pablo II, en tanto varón, ubica la trascendencia en el Cielo a través de su muerte -alejando la sospecha del siempre posible retorno del deseo a su fuente: el cuerpo-.

Esto nos va llevando, lentamente, a un cuestionamiento respecto a la diferencia sexual y de género en la sociedad actual, sociedad de hoy-en-día y sociedad del-acto.  Es evidente que los intentos de diferenciación sexual se están borrando, al menos en la superficie, bien sea que tomemos estos datos desde el punto de vista de los "roles" o de la moda.  En mi opinión, ésto procede de un fantasía confusa respecto a la ubicación del falo en cada género.  Las mujeres dicen haber asumido un lugar más "activo" en la sociedad haciendo referencia a que han salido al exterior de su casa, para ir a trabajar, por ejemplo.  No puedo evitar recordar la cita de Freud respecto a la multiplicación del pene en los sueños tal como lo trata en "La Cabeza de Medusa".  Allí dice que la multiplicación remite a la falta.  ¿No estamos de acuerdo en que alguien fanfarrón es un inseguro?  Lo mismo sucede en los sueños.  "Dime de qué alardeas y te diré de lo que careces", dice el dicho.  La hipótesis que estoy manejando es que la multiplicación de mujeres multiplicando sus atributos fálicos suscita una lectura-interpretativa preconsciente respecto a la castración y que, en un segundo momento, esta lectura debe ser desmentida para desautorizar la armonía y la integridad proveniente del nudo significante "soma-fantasma_originario". ¿Será ésta una de las causas de la cultura de la muerte y de lo negativo? Pues, hasta aquí, hemos superpuesto dos negatividades: la de la falta y la de su negación.

Cuando evaluamos una conducta lo hacemos en relación también al contexto histórico y social.  Los géneros han cambiado en relación al modo de vivir los géneros anteriormente.  Hoy en día, las mujeres rechazan las responsabilidades de las mujeres que las precedieron: ser esposas, madres y amas de casa, muchas veces argumentado la carga pesada que tal deber implica.  Los varones, históricamente portadores de las normas, los valores y la palabra aparecen hoy sujetos al cuerpo, la moda, la apatía, el desgano y la indiferencia cediendo -a favor de nadie- una función paterna que consiste en hacer creíble la trascendencia argumentado que sólo el dinero -tan sustituto de un desprendimiento corporal, las heces, tanto como un bebé- es deseable.  Los varones en occidente han dejado de ser el soporte narcisista de su compañera y de su prole para convertirse en unos "narcisistas insoportables".

Momento de concluir en el que creo importante destacar cómo el funeral del Papa ha puesto de manifiesto que, a pesar de los vaivenes de género-social, los fantasmas originarios son indestructibles.

 

Esperando que hayan disfrutado de la nota acompaño su cierre con algunas fotitos de los funerales:

 

 

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