¿Una Sociedad Muerta?

 

Alguna vez, un paciente le preguntó a André Green "¿Por qué escribe Ud.?".  Green se sorprendió y tuvo que pensar un instante la respuesta, luego enunció algo así como "Por testimonio".  Siempre que uno se sienta a trasladar hacia el lenguaje común algo que es del orden de los pensamientos íntimos, uno se pregunta: "¿Por qué lo hago? ¿Para qué lo hago? ¿Será necesario?".  Supongo que los motivos últimos de este quehacer permanecerán ocultos por un tiempo más, pero en este caso quiero escribir para compartir, para revivir el afecto.  Escribo por hospitalario.

 

La madre muerta

Hay un capítulo en "Narcisismo de vida, narcisismo de muerte" donde Green desarrolla su idea de "la madre muerta".  Para él, quien confiesa haber tomado la idea de Winnicott, el niño-bebé siente que la madre "está muerta" cuando la satisfacción que necesitaba ha demorado demasiado en llegar, ha excedido su tiempo de tolerancia y espera.  Durante este tiempo, el bebé puede sostener la idea, la representación viva de una madre nutricia, gratificante y buena, preocupada por él, o en términos de Winnicott: devota.  La devoción, o mejor: la falta de devoción, es uno de los suplicios de nuestra era.

Pero no nos confundamos con las imágenes que podemos hacernos de lo que relatamos anteriormente.  La espera del niño no es la leche solamente, sino por el contrario, es todo lo que rodea a la alimentación: el abrazo, el calor, el sostén, la mirada y la voz materna: el afecto.  Green comenta muy bien que cuando la madre está depresiva y no puede dedicarse a su hijo, esa falta de atención "mental", por usar un término genérico, es la base de la configuración de la madre que ha muerto.  En fin, la madre ha muerto porque el hijo está no-vivo para ella.  No se trata, pues, de tener la pancita llena, sino el corazón a leña.  Muchos niños hoy son alimentados muy bien en su panza, pero no en su corazón; son alimentados por personas que no los aman con devoción, y muchas veces, esta persona es su misma madre biológica.  Muchas veces oímos contar que los bebés se quedan tranquilos, sin llorar, que ya se acostumbraron y ya no se quejan más, cuando la madre no está.  Habría que ver si el bebé aún la espera o si ya la dio por desaparecida.  No se trata de comer, sino de amar.

Como sabemos, Winnicott era del grupo independiente de los psicoanalistas ingleses, que se dividían en aquella época en kleinianos y annafreudianos.  Aún así, Winnicott tomó varias ideas kleinianas.  Una satisfacción demasiado demorada hace pensar al niño que la madre no ha sido creada y que está a merced de los perseguidores.  En una fase posterior, el niño puede pensar que la satisfacción no llega porque él la ha destruído y no ha perseverado en crearla.  Raíz de la melancolía.  En fin, esto es importante para pensar que nuestro Superyó -kleiniano- tiene raíces en aquel par de objetos buenos y malos, y que en la configuración de la madre muerta el Superyó sólo conoce lo malo y lo muerto, aquello que persigue y reclama la vida del hijo hasta el final.

Así, pues, el regazo materno es inhóspito, no es un lugar de reposo y descanso, de satisfacción y placer, sino un lugar de tensión y persecución.  En intentos desesperados, el niño puede atacar al regazo inhóspito para satisfacerse de lo poco bueno que aún queda allí, o puede intentar sembrar algo de bondad a fin de esperar un poco más.  De todas formas, la gratitud es un afecto que ha desaparecido y sólo la envidia primaria comanda, destruyendo en todo lo posible toda satisfacción, cuya espera se ha vuelto demasiado dolorosa.  Muchas veces, la solución es más radical y consiste en destruir y matar definitivamente lo poco bueno, a fin de ya no sufrir más ni siquiera la propia envidia.

 

Una sociedad inhóspita

Este preludio psicoanalítico tiene por finalidad adentrarnos en la comprensión de una serie de fenómenos sociales que nos reclaman pensar, el otro gran camino para tratar lo persecutorio, según Bion.  Nuestra sociedad es, lo sabemos, inhóspita; o en términos de este artículo, se rige en gran parte por la configuración psíquica de la madre muerta.

Según el Diccionario de la RAE, es inhóspito aquel que es poco humano con los extraños, que no ofrece seguridad ni abrigo.  La "humanidad" tiene que ver con la empatía, aquella disposición anímica humana que descubre/crea el sentido de las necesidades ajenas, las entiende, comprende, avala y aproxima a una satisfacción, más no sea en la fantasía o el pensamiento, abre a los sueños, enciende el leño.  Algo similar a la función alfa bioniana.  Nuestra sociedad es, pues, inhóspita, decía: el extraño es peligroso, es malo, tiene malas intenciones, viene a robar y a matar, no posee nada bueno; el familiar, es bueno, vive dentro de las rejas de mi casa, y mira televisión en mi cama.  Escisión más patológica que la escisión necesaria entre el bien y el mal.

El diccionario acerca otras variantes: hospedable, caritativo, disponibilidad ante el peregrino; hospedaje, alojamiento y asistencia; hospitalario, socorre y alberga a necesitados y extranjeros, quien recibe con agrado y agasajo.  Esta función tan típicamente femenina podríamos entenderla en lo inconsciente como un alojar en sí el fruto de aquel que es extranjero a su cuerpo: su esposo; es estar disponible, con agrado y solidaridad ante el hijo.  La solidaridad es una faceta del amor que sale al encuentro del deseo, ese peregrino extraño siempre necesitado, bajo la forma de la misericordia; misericordia de tinte femenino que los hebreos llaman rahamim.

 

La sociedad muerta

Entonces, nuestra sociedad inmisericorde, inhóspita es, pues, una sociedad "muerta", una sociedad que no comprende ni entiende los motivos sociales e individuales, que no los valida, que no los alberga ni satisface; es una sociedad que "guarda silencio" ante los reclamos de justicia y paz que promueven la gran mayoría de los habitantes.  Es una sociedad que usa colectivamente el mecanismo de la envidia primaria y la negación omnipotente para destruir el sentido, la comprensión y el pensamiento que permitirían albergar y alojar "al otro" en el seno de la propia mente, del propio sí mismo.  Es una sociedad del desierto -en el mal sentido- donde en el peregrinar hacia ningún lado el que cae herido o muerto es dejado allí mismo, sin la más mínima compasión.  Es una sociedad que en aras del dinero y el poder de otros reclama fervientemente que los individuos sacrifiquen sus partes buenas, su moral y su amor, su creatividad en aras de supuestamente transformar sembrando lo bueno en lo malo, pero cuya cosecha el sujeto jamás verá.  Es una sociedad que promueve sentir al individuo o bien que él mismo está ante una madre muerta, cuya voz no oye, o que él mismo es una madre muerta para otros, que simplemente se han prendido a su pecho y seguirán mamando hasta que termine de caer muerto del todo.  OIvido del ser que es el olvido de Dios.  Olvido y repudio de lo materno.

 

Dios y el masoquismo

Así, pues, [esta es] una sociedad que hace a Dios un objeto de olvido, o peor, un objeto malo, causa del mal sobre la tierra, depositando en Él todo lo malo que hemos hecho, y volviéndolo un perseguidor con quien competir por el dominio de la Naturaleza, por ejemplo, para asegurarnos ante Él nuestro propio bien.  El Dios que es inhóspito y con el que somos inhóspitos, el Dios que no nos oye y al que no oímos, el Dios muerto de hijos muertos.

He ahí la raíz de todo mal, la del olvido de la Bondad de Dios, esa bondad que también es nuestra, que es la raíz del "objeto bueno" que comentamos antes, del rescate de uno mismo y lo bueno del otro, que es lugar del pensamiento y la fantasía, y no de la escisión patológica, el lugar de la hospitalidad y la empatía. 

El masoquismo es la raíz de aquello que describimos anteriormente.  A veces, escuchamos decir que es una sociedad sádica, violenta o narcisista, indiferente al otro; pero yo creo que todo eso es a título personal, y no al otro solamente.  En otros términos, es primero con uno mismo, y luego con el otro.  Nuestra sociedad es masoquista antes que sádica, es suicida antes que violenta, es vacía antes que narcisista, es alienante antes que indiferente.  Es el olvido del propio bien lo que está en juego, es la hospitalidad no ejercida primero con el propio deseo, es la empatía no aplicada a la propia psicosis para afectivizarla.  La sociedad muerta no son otros, sino nosotros.  No sufre más quien no es amado, sino quien no ama. En fin, no se trata de aprovechar el tiempo como un enemigo, sino de disfrutarlo como un compañero, me sugería un paciente hace pocos días. 

 

Audacia

La audacia estaría, pues, en la integración, en cantar afectivamente las palabras del discurso, en animarse a oír la palabra de Dios, que siempre es plena de sentido y ajena a toda muerte por la fuerza, en ser hospitalarios con el propio deseo y el ajeno, el albergar bajo el seno de la propia misericordia los planes de Dios para nosotros como pueblo y comunidad de hombres, en fin, en la fidelidad a la propia persona en el corazón de Dios.  Dios es nuestro Pastor, nuestra Bondad y nuestra Fuerza, él nos conduce a la satisfacción de nuestras necesidades materiales y espirituales, porque es un Dios Viviente, que ama la vida y nos llama a una Vida junto a Él.  Feliz el que no retrocede ante esta creencia.

 

Post Scriptum

Al momento de escribir el título de esta nota, recordé la película hermosa de Robin Williams "La sociedad de los poetas muertos", donde los jóvenes descubren su capacidad creadora y poética -típica función del inconsciente conjugado a la palabra- y revitalizan una sociedad muerta de camaradas.  La película pone en jaque esta asociación tras el suicidio de uno de los jóvenes, por la imposibilidad parental de sostener su  proceso creador.  La entonces sociedad revivida es acusada de mortífera: suma hipocresía.  El final es sano: Williams, como quien ha encendido las brasas del corazón, se retira y deja al fuego sagrado brillar por sí mismo.