martes 15 de mayo de 2007

Oh, Hermano León

La perfecta alegría

Es invierno: viento, lluvia, nieve. Por el camino que va de Perugia hasta Asís dos mendigos marchan ensimismados en sus reflexiones. Son el hermano León y el hermano Francisco. Éste, que camina unos pasos más atrás de León, de pronto, gritando más fuerte que el viento, expresa en voz alta sus reflexiones.

- ¡Hermano León! Aunque una persona conozca todos los secretos de las ciencias y llegue, por las vías del progreso a las entrañas del mar y la tierra y hasta las estrellas más lejanas, escribe y advierte que no está en eso la perfecta alegría...

Sorprendido, el hermano León escucha y sigue caminando. Al poco vuelve a vocearle el hermano Francisco:

- ¡Hermano León! Aunque alguien sepa todas las lenguas y con ellas se eleve a las más altas cimas de la cultura y pueda comunicarse con todo el mundo, escribe que no está en eso la perfecta alegría...

Nuevo asombro y nuevo silencioso meditativo andar del hermano León. Y de nuevo, la voz del hermano Francisco:

- ¡Hermano León! Aunque un hombre llegue a vencer el dolor y a suprimir toda lágrima por el arte de la medicina y de la psicología, escribe bien claro que no está en eso la perfecta alegría...

Y vuelta a andar y a pensar. Y otra vez la voz de Francisco:

- ¡Hermano León! Aunque alguien, metido a redentor del hombre, haga el milagro de nivelar todas las diferencias sociales, y todas las gentes del planeta disfruten, gracias a él, de una vida confortable, escribe que tampoco está en eso la perfecta alegría... Ni en esos logros -añadió- ni aunque uno de nosotros consiguiera convertir a la fe y al amor de Cristo a multitudes o lograra la unidad de todos los cristianos... No está en eso la perfecta alegría...

El hermano León, intrigado ya por las afirmaciones de Francisco, se paró y le dijo:

- Hermano Francisco, te ruego en el nombre del Señor: si no está en la ciencia, ni en la cultura, ni en la salud, ni en la belleza, ni en la riqueza, ni en el éxito, ni siquiera en el logro del apostolado, ¿en qué está entonces la perfecta alegría?

Francisco tomó la palabra y habló así:

-Imagina, hermano León, que al llegar nosotros al convento de Santa María, ya de noche, así empapados como vamos y tiritando de frío, con hambre y cansados, llamamos a la puerta y, sin abrirla ni preguntar palabra, el hermano portero nos contesta: "No son éstas horas para llamar. Iros a otra parte a robar la limosna a los pobres, ¡ladrones!". Si nosotros sufrimos este desplante sin alteramos, por el amor de Jesucristo bendito, pensando humilde y caritativamente que aquel portero conoce realmente nuestra indignidad y que Dios le hace hablar así contra nosotros, escribe, hermano León, que en eso sí está la perfecta alegría. Y si nosotros, ateridos por el frío y forzados por la incomodidad, llamamos de nuevo al rato, y al decirle “Somos dos hermanos vuestros que no hemos podido llegar antes por la inclemencia del tiempo”, sale él reventando de ira y nos increpa al vernos así, escuálidos y con nuestro hábito pobrecillo: "¡Lo que sois es una pareja de vagos, que haríais mejor en buscar un trabajo decente! ¡Que otros os dé de comer y asilo!", y añade cien perrerías más, y termina dándonos violentamente con la puerta en las narices; si nosotros escuchamos toda esa letanía de improperios con paz en el rostro y alegría en el corazón, acordándonos de Jesucristo bendito, escribe, hermano León, que ahí sí está la perfecta alegría. Y sí, pobrecillos de nosotros, no pudiendo soportar ya ni el sueño ni el hambre, ni el hielo de la noche, nos animamos a llamar por tercera vez, y sale él como en tromba blandiendo un garrote y nos toma por la capucha y nos arrastra, como a unos muñecos, hasta el medio de la calle, y allí nos zarandea a placer entre el agua y la nieve, moliéndonos a palos y dejándonos sin fuerza y sin respiro diciéndonos que este es nuestro merecido...; si nosotros soportamos cada palo, cada ofensa, cada humillación e ignominia con una enorme paciencia y alegría, acordándonos de nuestro Señor Jesucristo crucificado, pensando en sus penas que nosotros debemos sufrir por su amor, escribe, hermano León: Ahí, ahí sí está la perfecta alegría; porque de todos los otros bienes no podemos gloriarnos, porque de Dios son, pero en la Cruz de las tribulaciones, sí podemos, porque es cosa nuestra, que nos corresponde.

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